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PROHIBIDO PENSAR Publicado por Cristóbal Gómez Mayorga
En la alfombra de mi cole, en la asamblea diaria, nos da, a menudo, por pensar. Y pensamos y pensamos sobre cualquier tema que nos llegue en forma de objeto, cuento, conflicto o entusiasmo. Y es que pensar es un deporte que se está perdiendo en la escuela, y en la vida.
Estamos, quizás, tan preocupados del cuerpo que, a veces, nos olvidamos de la mente. Cada vez hay más gimnasios y menos bibliotecas.
El poder, el sistema, o simplemente la inercia irracional se han apoderado del alma de la infancia y la ningunea de mil formas, para evitar, en lo posible, que sean personas “sentipensantes”, como dice Eduardo Galeano en su Libro de los abrazos.
Mediante el miedo, la infancia se encadena a cadenas televisivas, se encierra en escuelas infranqueables y se premia en parques de atracciones de cartón piedra con vivos colores.
Lo definitivo sería prohibir los niños y niñas de nuestras vidas. Es la única forma de evitar el peligro. Ya hay muchos colegios que no utilizan tijeras, ni punzones, para evitar accidentes, ni pegamentos para no provocar el consumo de droga; y es usual ver patios de colegios envueltos en cemento aséptico, en los que está prohibido subir a los árboles.
¿Cómo educar, entonces, en la autonomía?, ¿cómo aprender el autocontrol?, ¿cómo crecer en autoestima si no hay peligros que salvar?
En mi cole, los niños y niñas se comportan como niños y niñas, como en todos los colegios del mundo, pero cuando cogen las tijeras o usan el ordenador saben que son objetos peligrosos, de mayores, de verdad. Y es ahí cuando crecen, cuando se crecen, cuando desarrollan capacidades adultas, cuando maduran a golpe de atención y de cuidado.
Eso se pierden los niños y niñas que parapetados en un cuadernillo de fichas y lápices de colorear, se les priva del asumible peligro. Porque el crecimiento se produce en el riesgo, en la aventura, en el peligro, en marcarse retos y superarlos.
Pero lo más grave es que, en muchos colegios, han prohibido pensar. Y rellenan fichas y fichas sin sentido, sentados en sus sillas, sin articular palabra, para evitar, en lo posible, cualquier movimiento de neuronas amenazantes. Ese es el gran peligro. No vaya a ser que les de, en un futuro, por cambiar el mundo.
Pensando sobre el nuevo año.
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“Yo creo que la escuela tiene que hacerse cargo de todo el conjunto cultural y hacerse cargo de construir con los niños los cimientos antes de los aprendizajes. La lectura es uno de ellos. La propuesta es muy sencilla: hay que leer a los niños. O mejor, hay que leer. Los niños necesitan encontrar adultos que leen. Frecuentemente, maestros me dicen: “¿Cómo leer? Yo no tengo tiempo, no puedo”. Ya sé que es difícil la condición especialmente de las maestras que, además de la clase, tienen la familia. Lo entiendo, lo puedo justifi car, pero sigue siendo imposible para una persona que no necesita leer, enseñar a leer. No funciona. Los niños necesitan encontrar, por primera vez en su vida probablemente, personas que leen y que no pueden resistirse a leer. Y leen literatura, porque leen por placer. Y esto se manifi esta, esto se nota. Invitar a los niños a un mundo de libros, no importa la edad, que sean de ocho meses o que sean de tres años o cinco años, la escuela debe ser lugar donde hay libros, donde se ven libros, se tocan libros, se respetan los libros. No se usan como juguetes, se usan como libros.
Y por fin la propuesta más simple: dedicar un tiempo a la lectura a los niños. La propuesta que yo hago es un tiempo fijo cada día. Puede ser, pongamos, un cuarto de hora, veinte minutos. Si queréis con un despertador, que sea riguroso y que termina. Esto especialmente si queremos hacer una experiencia fundamental que es leer libros, no cuentos. No digo que los cuentos no valgan, se puede hacer un poco, pero lo importante es comprometernos a leer libros por muchos días. Enseguida, retomándolo donde lo dejamos ayer, con los niños que dicen: “No, por favor, que siga…” No, tenemos que parar. Y tenemos que esperar a mañana, porque esperar también forma parte de la cultura de la lectura. Si no lo habéis probado, podéis vivir emociones únicas, porque un grupo de niños escuchando a un adulto que lee (cuidado, que lee bien). Hay que prepararse. No tener la presunción de que, como somos maestros, podemos ponernos frente a un libro no importa cómo. Hay que prepararse. Como hace un actor. Pero la emoción que suscita la lectura vale todo el esfuerzo que nosotros hacemos. Dedicar un tiempo fijo a la lectura”.